Hijos e hijas de asesinadas enfrentan culpa y desprotección, explica especialista de la UDG
Pese a la gravedad de la situación, las instituciones rara vez priorizan a las infancias huérfanas por feminicidio.
En México, el feminicidio no solo arrebata la vida de una mujer, sino que deja una estela de dolor, trauma y desprotección en sus hijas e hijos, quienes quedan atrapados en una red de consecuencias emocionales, físicas, sociales y psicológicas que pueden marcar sus vidas para siempre.
La violencia contra las mujeres, considerada un problema de salud pública por la Organización Mundial de la Salud (OMS), impacta profundamente a los menores que sobreviven a estos crímenes.
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Así lo señala la psicóloga Giovanna Georgina Ramírez Cerón, adscrita al Departamento de Psicología Básica del Centro Universitario de Ciencias de la Salud (CUCS) de la Universidad de Guadalajara. La especialista advierte que estas infancias son víctimas directas del feminicidio, aunque pocas veces se les considere como tal.
“Es una sensación de desprotección muy grande, porque para ellos es su mamá, pero como muchas veces quien ejerce esta violencia es la pareja, la familia se fractura, entonces ¿quién va a cuidar de mí?”, explica Ramírez Cerón.
¿Desde qué punto se empiezan a ver afectados los niños?
El impacto comienza incluso antes del asesinato, cuando los menores crecen en hogares marcados por la violencia. Durante este periodo, los niños suelen desarrollar ansiedad, baja autoestima, miedo y un sentimiento de culpa paralizante. En muchos casos, creen erróneamente que podrían haber hecho algo para evitar el crimen.
▶️ Raquel Edith Partida Rocha, investigadora de la UDG, advierte sobre la normalización de la violencia que viven las mujeres en Jalisco y las cifras de feminicidios continúan sin disminuir.
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Tras el feminicidio, lo que sigue es una etapa de profundo estrés postraumático.
“Muchos niños o adolescentes dicen: ‘si yo hubiera gritado’, ‘si yo hubiera llamado a la policía’… queda ese estrés que se manifiesta en terrores nocturnos, vómitos, taquicardias, insomnio”, detalla la experta.
El cuerpo también paga factura: el estrés crónico genera altos niveles de cortisol que afectan el sistema inmune, endocrino y neurológico. Las consecuencias pueden verse en la escuela, donde algunos niños se convierten en agresores y otros en víctimas de acoso. Todo esto, sin un entorno que los contenga adecuadamente.
“La mayoría de los menores quedan al cuidado de familiares que también han sido golpeados emocionalmente por la tragedia, o que incluso replican los patrones de violencia”, advierte Ramírez Cerón.
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¿Qué deberían hacer las instituciones según la especialista?
A pesar de la gravedad de esta situación, las instituciones rara vez actúan con la urgencia necesaria. Según Ramírez Cerón, es indispensable un abordaje interdisciplinario desde el primer momento.
Esto incluye una intervención psicológica breve enfocada en el duelo, educación emocional, acompañamiento psiquiátrico si es necesario, y apoyo social y económico.
“Necesitan atención desde lo psicológico, lo educativo, lo social, lo económico. Todo”, enfatiza.
▶️ "Cuando presumen que disminuyeron los delitos, ¿qué pasa con lo demás? ¿Qué pasa con los familiares de las víctimas que acaban de encontrar los restos de su familiar?"
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La especialista también insiste en que la recuperación es posible, pero solo si se cuenta con las herramientas adecuadas.
“No es que la herida desaparezca, es que aprenden a vivir con ella y a ser funcionales a pesar de ella”, señala.
Finalmente, Ramírez Cerón advierte que el feminicidio no es un hecho aislado: es el punto culminante de una escalada de violencia que inicia con bromas, burlas y agresiones que muchas veces se normalizan.
“Los hijos e hijas de mujeres asesinadas también son víctimas. No podemos dejarlos solos”, concluye.
Para cortar ese ciclo destructivo, urge visibilizar a estas infancias, darles voz y atenderlas con el mismo compromiso que merecen todas las víctimas.
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