Saturnino Herrán: un genio modernista de muerte precoz
El Museo Nacional de Arte inaugura la exposición Saturnino Herrán y otros modernistas, para conmemorar el centenario luctuoso del pintor mexicano.
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Para conmemorar el centenario luctuoso de uno de los exponentes del arte mexicano, que en solo 14 años produjo grandes obras y aportaciones al arte universal, se presenta la exposición Saturnino Herrán y otros modernistas, que se inaugura este 27 de septiembre en el Museo Nacional de Arte (Munal).
Conformada por 86 piezas, entre pinturas, dibujos, fotografías e impresos, la exhibición busca acercar al público a la propuesta del artista originario de Aguascalientes y mostrar su influencia en las generaciones de artistas plásticos posrevolucionarios.
Además de exhibir la obra de Herrán, se muestran 15 piezas de sus contemporáneos, como Ángel Zárraga, David Alfaro Siqueiros, Diego Rivera, Francisco Goitia y Germán Gedovius.
Saturnino Herrán y otros modernistas está dividida en cinco ejes temáticos, que revelan las distintas etapas que atravesó el artista, desde su labor durante el nacionalismo modernista —que antecedió a las Escuelas de Pintura al Aire Libre—, hasta la llamada Escuela Mexicana de Pintura y, en consecuencia, el muralismo mexicano. Curada por Víctor Rodríguez Rangel, la exposición establece un diálogo con algunos de los colegas de Herrán, maestros e influencias internacionales y nacionales.
El mural que nunca terminó
Era un hombre delgado, encorvado, un tanto melancólico y tímido, pero su matrimonio con Rosario Arellano, en 1914, lo convirtió en un hombre alegre, muy a pesar de sus afecciones gástricas.
Esa enfermedad, que hoy se especula pudo haber sido cáncer, fue muy dolorosa para él, porque veía cómo poco a poco su salud se iba menguando y su tiempo se extinguía, no así su creatividad. No pudo concluir el gran proyecto de su vida, el mural con su estética que desplegaría en los muros del Palacio de Bellas Artes, como tiempo después lo harían Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros y José Clemente Orozco.
México tampoco pudo apreciar su obra monumental, en la que trabajaba antes de su fallecimiento: Nuestros dioses, que tendría al centro a la Coatlicue, la madre tierra, el gran monolito que sería el concepto totémico de un esteticismo simbólico.
La audacia de Herrán fue poner un Cristo occidental católico dentro de esa representación prehispánica, como una fusión cultural. Estos bocetos, reunidos con el título de Proyecto de friso para Nuestros Dioses, tablero central del tríptico (1915), se muestran en la exposición.
Para conmemorar el centenario luctuoso de uno de los exponentes del arte mexicano, que en solo 14 años produjo grandes obras y aportaciones al arte universal, se presenta la exposición Saturnino Herrán y otros modernistas, que se inaugura este 27 de septiembre en el Museo Nacional de Arte (Munal).
Conformada por 86 piezas, entre pinturas, dibujos, fotografías e impresos, la exhibición busca acercar al público a la propuesta del artista originario de Aguascalientes y mostrar su influencia en las generaciones de artistas plásticos posrevolucionarios.
Además de exhibir la obra de Herrán, se muestran 15 piezas de sus contemporáneos, como Ángel Zárraga, David Alfaro Siqueiros, Diego Rivera, Francisco Goitia y Germán Gedovius.
Saturnino Herrán y otros modernistas está dividida en cinco ejes temáticos, que revelan las distintas etapas que atravesó el artista, desde su labor durante el nacionalismo modernista —que antecedió a las Escuelas de Pintura al Aire Libre—, hasta la llamada Escuela Mexicana de Pintura y, en consecuencia, el muralismo mexicano. Curada por Víctor Rodríguez Rangel, la exposición establece un diálogo con algunos de los colegas de Herrán, maestros e influencias internacionales y nacionales.
El mural que nunca terminó
Era un hombre delgado, encorvado, un tanto melancólico y tímido, pero su matrimonio con Rosario Arellano, en 1914, lo convirtió en un hombre alegre, muy a pesar de sus afecciones gástricas.
Esa enfermedad, que hoy se especula pudo haber sido cáncer, fue muy dolorosa para él, porque veía cómo poco a poco su salud se iba menguando y su tiempo se extinguía, no así su creatividad. No pudo concluir el gran proyecto de su vida, el mural con su estética que desplegaría en los muros del Palacio de Bellas Artes, como tiempo después lo harían Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros y José Clemente Orozco.
México tampoco pudo apreciar su obra monumental, en la que trabajaba antes de su fallecimiento: Nuestros dioses, que tendría al centro a la Coatlicue, la madre tierra, el gran monolito que sería el concepto totémico de un esteticismo simbólico.
La audacia de Herrán fue poner un Cristo occidental católico dentro de esa representación prehispánica, como una fusión cultural. Estos bocetos, reunidos con el título de Proyecto de friso para Nuestros Dioses, tablero central del tríptico (1915), se muestran en la exposición.
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