CDMX: Evitar la invisibilización rumbo al Mundial 2026
- El Pulso de la Ciudad de México
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Víctor Hugo Michel
Este lunes, trabajadoras sexuales volvieron a marchar por Tlalpan, en protesta por lo que perciben es el blanqueamiento y la gentrificación de esta parte de la ciudad, de cara a la Copa del Mundo de Fútbol del 2026. El argumento es que ellas y ellos han estado ahí por años, en una zona en la que ejercen su trabajo y que ahora, hacia el mega evento internacional, se les está desplazando con la construcción de una ciclovía que conectará el Estadio Azteca con el Centro Histórico de la capital.
La ciclovía es un proyecto encomendable, sí, que permitirá una mayor movilidad por una de las principales arterias de la capital. Pero aquí es en donde entra el trabajo de equilibrio por parte de las autoridades. En esencia, el arte de balancear los derechos de unos y otros, sin permitir que un evento internacional, por muy importante que sea, lleve a la desaparición visual de aquellos que puedan ser considerados indeseables o de mala pinta para los turistas.
El gobierno capitalino debe verse en los espejos de anteriores ciudades que han fungido de anfitrionas en eventos de esta talla. Hay varios ejemplos que sirven para la toma de decisiones. En Brasil 2014, el descontento social se dirigió hacia obras que parecían encaminadas más a atender los intereses de grandes constructoras que a los brasileños. Pero hubo sensibilidad social por parte del gobierno de Dilma Rousseff, quien logró desactivar la mayoría de éstas mediante concesiones y diálogo.
Y están los ejemplos de lo que no se debe hacer. En 2018, Rusia impuso controles sociales draconianos para regular aspectos del espacio público, bajo un espectro de acción autoritario. Qatar, en 2022, fue aún más duro, entendiendo que se trata de una sociedad de corte islámico. Los controles fueron durísimos.
Para una ciudad como la de México, de avanzada, libertades, seguramente la solución será la del diálogo y un acuerdo que acomode las necesidades de todas las partes. Partiendo, por supuesto, de un punto ineludible: mientras el país se muestra al mundo, no se puede invisibilizar a nadie. La verdadera modernidad no consiste en borrar lo incómodo, sino convivir con ello.
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