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La Isla de las muñecas: la chinampa que escucha los llantos de niños en busca de un juguete

La leyenda de la Isla de las muñecas es una de las más populares de la Ciudad de México y aquí te contamos la leyenda.

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Editorial Telediario Nacional /

CIUDAD DE MÉXICO.- Entre mitos, leyendas e hisotrias, la Ciudad de México está envuelta de misterio y sería ingenuo pensar que su habitantes conocen cada secreto que guardan sus calles, las paredes de los edificios antiguos y hasta los propios lagos. 

Leyendas que van de boca a boca y que quizá se van distorcionando, terminan siendo historias populares de una ciudad popular como la leyenda de La isla de las muñecas de Xochimilco, ¿la has escuchado? Aquí te la contamos. 

La Isla de las Muñecas

Don Julián tenía los ojos hundidos, la nariz amplia, el bigote basto y el rostro escondido entre arrugas; fue habitante, comerciante de Xochimilco y dueño de la chinampa en la laguna de Tezhuilo en Xochimilco, lugar que años después es visitado por cientos de curiosos todos los días, ¿sabes qué misteriosa historia guarda este lugar? 

En esa esquina del mundo, don Julián veía la vida pasar, a su cosecha crecer y el silencio del lago era su único acompañante, pues él se decía cansado de andar de aquí para allá, por lo que se fue a refugiar en su chinampa.

Don Julián nació en 1921 y conocía sólo lo que sus padres le enseñaron: mantenerse de la siembra e ir a vender su trabajo a un pueblo cercano.

En esas andaba, cuando un día regresando de vender su milpa, pudo ver cómo una niña estaba en su chinampa luchando por su vida: sus piececitos se le habían enredado en la maleza y el lago se mostró indiferente ante su vida.

La niña luchó hasta quedarse sin fuerza alguna. Don Julián sólo pudo ser testigo del accidente, sólo pudo ver como los ojos de la pequeña se le apagaban y dejaban escapar la vida de su cuerpo.

Los días pasaron, a don Julián sólo le quedaba el recuerdo del accidente en el que la niña murió: de como la pequeña se ahogó y su cuerpo mojado escupía agua de la boca intentando aferrarse a la vida.

Por esos días, el hombre comenzó a escuchar un lamento quedito, como raspando apenas el viento que llegaba a su cabaña, pero no era una tristeza de alguien del campo, eran, más bien, quejidos livianos, quejidos de una niña.

El hombre asomaba la cabeza con incredulidad, tal vez otra niña estaba aferrándose a la vida como aquella que se murió en las faldas de su chinampa; pero no veía a nadie.

Él llamaba, esperando una respuesta; sin embargo, no escuchaba nada. Buscaba alguna niña que pudiese ser la responsable de esos quejidos que cada vez eran más.

En el día, en la tarde, en la noche, no lo dejaban en paz. Al principio eran suaves, se escuchaban sólo parando la oreja y poniendo atención, pero entre más tiempo trascurrían, los sollozos se hacían más fuertes, hasta no poder apaciguarlos ni con los propios pensamientos.

Primero se intentó justificar: "la mente de uno es poderosa, en una de esas me anda jugando chueco", hasta que los sollozos eran un sonido inequívoco que venía de atrás de los cerros, debajo del lago, de más allá de la vida.

Don Julián fue un hombre hecho a la antigua y eso lo motivó a no pedir ayuda, a aguantarse y esperar a que se fueran, aunque los berridos nunca se fueron.En su miedo a lo desconocido llegó a una conclusión, iría por una muñeca, tal vez poniéndola en su hogar, la niña se podría entretener e irse o, quizá, dejar de llorar.

Juntó sus monedas y fue al pueblo, la compró y regresó a casa, una vez ahí, puso una muñeca en su isla.No obstante, el llanto no cesó, al contrario, comenzó a multiplicarse. Cuando la noche llegaba, el cielo oscuro y los grillos cantores se opacaban por los chillidos lúgubres de lo desconocido.

Poco a poco, no era sólo una voz, cada vez eran másy más; así que don Julián sólo pudo ir llenando su hogar con muñecas y muñecas, intentando apagando las voces, hasta que la suya finalmente fue la que se apagó.

Hoy, las muñecas que puso el hombre en sus infértiles intentos por alejar a aquellas vocecitas siguen ahí; y también hay quien dice que las voces y los llantos también continúan, esperando a que don Julián regrese y ponga más juguetes en su isla de Xochimilco.  

KT

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