"Desde niña fui abusada y mi mamá lo sabía": Alma fue víctima de violencia y ahora es la voz de mujeres wixárika en Zapopan
Alma Edith López Serio, una mujer wixárika de 52 años enfrentó violencia física, psicológica y sexual por parte de sus padres y parejas.
Alma Edith López Serio, una mujer wixárika de 52 años originaria de la comunidad de San Sebastián Teponahuaxtlán en Mezquitic, Jalisco, ha transformado una vida marcada por el abuso en una lucha por la dignidad y el empoderamiento.
Desde su infancia, enfrentó violencia física, psicológica y sexual por parte de sus padres y padrastro, y más tarde en sus matrimonios.
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Hoy, como madre soltera y artesana en la Zona Metropolitana de Guadalajara, no solo genera ingresos propios, sino que apoya a otras mujeres indígenas para que rompan el ciclo de maltrato y accedan a oportunidades.
Su historia es un testimonio de resiliencia en un contexto donde las mujeres indígenas representan un sector altamente vulnerado
¿Cómo inició el ciclo de violencia en la vida de Alma?
Nacida en una comunidad indígena del norte de Jalisco, Alma sufrió abusos desde temprana edad.
“Yo fui víctima de violencia desde mi niñez, desde la infancia con mis padres fui abusada y ahora por parte de mi pareja… Mi mamá lo sabía y los dos me pegaban y mi padrastro me violó”, relató en una entrevista.
A los 16 años, huyó de casa para escapar de los maltratos y se radicó en Nayarit, en una propiedad familiar, donde trabajó como empleada doméstica para sobrevivir.
Sin embargo, su madre la localizó y la obligó a regresar, casándola a la fuerza a los 17 años con un hombre de 30 que no conocía.
“Yo tenía 17 años y el señor tenía 30 años, yo no lo conocía”, recordó.
Aunque su esposo era “buena persona”, Alma se separó después de 10 años y cuatro hijos, porque no lo amaba.
Con la responsabilidad de mantener a su familia, Alma buscó estabilidad laboral. Ingresó como promotora de proyectos de huertos en la Comisión Estatal Indígena, pero el bajo sueldo y la falta de viáticos para traslados peligrosos la obligaron a renunciar tras un año.
“Tenía que irme de raite y era muy peligroso”, explicó. Posteriormente, se convirtió en la primera mujer wixárika en la policía municipal de Mezquitic.
Allí, volvió a ser víctima: su jefe la manoseaba y acosaba verbalmente. A los 33 años, abandonó el puesto y meses después entró como policía custodia en el Penal de Puente Grande, en la Policía de Jalisco.
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En ese empleo conoció a su segundo esposo, un militar del Ejército mexicano. La relación duró 10 años y trajo otra hija, pero también violencia psicológica: empujones, gritos, burlas, infidelidades y alcoholismo.
“No llegó a golpearme, pero los empujones, todo eso. Lo aguanté 10 años. Me gritaba, me sobajaba mucho, se burlaba de mí, se acostaba con otras mujeres, tomaba mucho y nos gritaba a las dos”, narró.
Hace tres años, se separó definitivamente, motivada por su hija de entonces seis años, quien ya percibía el maltrato.
“Me fue peor y ya tengo tres años como madre soltera porque yo ya no quiero seguir así”. Ahora, con su hija de nueve años, prioriza una vida libre de violencia, aunque su expareja no aporta pensión alimenticia.
¿Cómo logró salir adelante Alma?
Hace casi tres años, Alma dejó la policía y se reinventó como artesana. Vende aretes, pulseras, collares y anillos hechos de chaquira y miyuki en Plaza Las Américas, en el Centro de Zapopan.
También participa en exposiciones gastronómicas ofreciendo platillos tradicionales wixárika como flor de calabaza, champiñones, huitlacoche y tortillas de maíz azul.
Al inicio, exponía su mercancía en el piso sobre una sábana, pero se acercó al presidente municipal Juan José Frangie para solicitar un espacio digno. El ayuntamiento otorgó módulos fijos compartidos entre la comunidad:
“A mí me entregaron cinco módulos y entonces yo las voy rolando a todos de igual manera, una semana cada quien”.
Su experiencia como víctima y su dominio del español la convierten en puente para otras mujeres wixárika en Guadalajara. Ayuda en trámites al Hospital Civil o al ayuntamiento, donde la falta de traductores complica el acceso a apoyos.
“La primera vez cuando llega uno a la ciudad no sabes qué hacer. Hay compañeras o familiares aquí que sí ocupan ayuda, pero como dije ahí hay unos que no saben hablar bien el español, sí hay mucho apoyo aquí, pero quien les diga en la lengua materna pues no hay”, dice.
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El 16 de octubre, Alma interrumpió una rueda de prensa en el Centro Integral de Servicios Zapopan (CISZ) sobre la “Guía Para Mujeres Zapopanas Adultas Víctimas de Violencia”.
Acompañada de sus amigas Ada, Ofelia y Josefina, pidió el micrófono:
“Me gustaría saber por qué cuándo uno va a poner una denuncia, a solicitar un apoyo o al hospital, no hay nadie que nos entienda, no hablan nuestro dialecto y a veces no quieren ayudarnos”.
Exigió traductores en dependencias de salud, seguridad y administrativas para atender violencia de género. La secretaria de Igualdad Sustantiva Entre Mujeres y Hombres respondió que se trabaja en el tema, pero Alma no quedó convencida.
Alma aprendió que callar perpetúa el daño, contrario a tradiciones donde “es mejor visto callar y obedecer al esposo sin poner un pero”.
Tras la rueda de prensa, regresó a su módulo, priorizando su ímpetu sobre promesas vacías. Prefiere ser madre soltera que violentada, y ese ejemplo lo da a su hija.
Su voz no solo rompe su ciclo personal, sino que impulsa cambios para miles de mujeres indígenas marginadas.
AM
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