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¿Cuándo se podrá volver a vivir en Chernóbil, la ciudad del desastre nuclear?

En 1986 una explosión en la central nuclear de Chernóbil propagó una nube radioactiva en gran parte de lo que fue la Unión Soviética, pero, ¿se podrá volver a vivir en la zona?, esto sabemos.

Redacción México /

En 1986 una explosión en la central nuclear de Chernóbil propagó una nube radioactiva en gran parte de lo que fue la Unión Soviética y que ahora son los territorios de Belarús, Ucrania y la Federación de Rusia. Casi 8.4 millones de personas en los tres países fueron expuestas a la radiación.

Según datos de National Geographic, publicados por Jennifer Kingsley en el año 2021, cada 25 de abril, al anochecer, la gente se congrega alrededor de un ángel colocado sobre un plinto de piedra en la localidad. 

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¿Qué significa esta escultura?

El cuerpo del ángel está hecho de acero —la mayor parte son barras de refuerzo, formando una silueta que contrasta en el cielo— y sostiene una larga trompeta. Esta escultura se ha convertido en un símbolo del desastre nuclear de Chernóbil, que comenzó a la 1:24 de la mañana del 26 de abril de 1986 cuando una explosión sacudió el reactor 4 de la Central Nuclear de Chernóbil, a solo 18 kilómetros de la localidad.

 Aunque tras el accidente hubo evacuaciones en masa, las inmediaciones nunca estarían vacías de personas ni podrían estarlo jamás. Una catástrofe radiactiva de esta magnitud es demasiado peligrosa para ser abandonada. Hasta la actualidad, más de 7000 personas viven y trabajan en los alrededores de la central y una cantidad mucho más pequeña ha regresado a las aldeas circundantes, a pesar del riesgo.

¿Qué hacen durante el aniversario?

La noche del aniversario, residentes, trabajadores y visitantes externos se congregan para conmemorar un suceso tan complejo y con repercusiones tan duraderas que aún cuesta entenderlo 35 años después. Los reunidos sostienen velas de cera, escuchan canciones y poemas interpretados por algunos de los supervivientes y el aire está cargado de emoción. 

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Yuriy Tatarchuk, ex vice director del Departamento de Información de la Zona de Exclusión de Chernóbil, lo describe como "un momento agridulce. Es como el Día de la Victoria de cualquiera de las guerras, la gente llora y sonríe al mismo tiempo". Incluso aquí, tan cerca del epicentro del peor desastre de la historia en una central nuclear, reina un sentimiento de comunidad e incluso de hogar.

¿Qué pasó con Prípiat?

Aunque las partículas radiactivas viajaron a lo largo y a lo ancho, la limpieza se concentró en la zona de exclusión de Chernóbil, todo lo que hay en un radio de 30 kilómetros de la zona cero. Las evacuaciones comenzaron 36 horas después del accidente. Los primeros fueron los 50 mil habitantes de Prípiat, una ciudad a solo tres kilómetros de la central nuclear construida para los trabajadores y sus familias. Prípiat, con sus edificios, parques y monumentos públicos, sigue siendo una ciudad fantasma.

Se cumplen 35 años de la trágica explosión de Chernóbil
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Pero mientras decenas de miles de personas eran evacuadas de casas a las que nunca volverían, decenas de miles acudieron a la zona. La mayoría tenían órdenes de trabajar en la descontaminación, otros vinieron por la ciencia, mientras que otros desafiaron las órdenes y volvieron a sus aldeas en cuanto tuvieron la oportunidad.

Así se llamaba la limpieza que hacían en Chernóbil

El nombre oficial de la iniciativa de limpieza era «liquidación de las consecuencias del accidente de Chernóbil» y los obreros se llamaban liquidadores. Tenían un trabajo imposible. Las partículas radiactivas son invisibles y no tienen sabor ni olor, pero en los focos donde se acumulaban lo contaminaban todo: ladrillos, ganado, hojas en el suelo. 

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Estas partículas no pueden destruirse; lo único que podían hacer los liquidadores era enterrarlas o tratar de sellarlas de algún modo. Algunos trabajaron en los pueblos arrasando cultivos, talando bosques e incluso enterrando la propia capa superior de la tierra.

Alrededor de la central nuclear, algunos trabajos —como recoger los restos radiactivos o verter hormigón para sellar el reactor— eran tan peligrosos que los hombres podían absorber dosis letales de radiación en minutos. 

¿Cuántos liquidadores había?

Las estimaciones de la cantidad de liquidadores que hubo varían mucho porque no existe un registro oficial de todos los participantes, pero la cifra ronda los cientos de miles, probablemente superando el medio millón. Procedían de varias partes de la antigua URSS y casi todos eran hombres jóvenes por aquel entonces. Es posible que el 10 por ciento sigan vivos en la actualidad. Treinta y una personas fallecieron como resultado directo del accidente, según el número oficial de muertes documentadas por la Unión Soviética.

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¿Hay vida en Chernóbil?

Elena Buntova, así como otros científicos, respondieron a la llamada de Chernóbil por un motivo muy diferente al de los liquidadores. Esta doctora en biología acudió tras el accidente para estudiar los efectos de la radiación en la fauna y nunca se marchó.

"En los primeros años después del accidente, los mejores científicos de toda la URSS vinieron a Chernóbil para trabajar, así que fue muy interesante cooperar con ellos", contó Buntova. Fue la oportunidad de toda una vida y también el lugar donde conoció a su marido, Sergei Lapiha. Él había crecido cerca de Chernóbil y se conocieron en una cafetería dentro de la zona de exclusión.

Debido a su edad y sus lazos con el lugar, Buntova y Lapiha forman parte de un pequeño grupo de reasentados que han obtenido permiso del gobierno ucraniano para vivir en la zona a tiempo completo. Admiten que vivir en Chernóbil es arriesgado y perturbador, sobre todo porque los niños están prohibidos. Ambos tuvieron hijos antes de conocerse, pero como cualquiera de menos de 18 años es más susceptible a la radiación ionizante, sus hijos nunca pudieron entrar en la zona.

En la actualidad, se aplica lo mismo a sus nietos. Con todo, han vivido aquí durante 30 años y ahora que han superado los 60 y están jubilados, no tienen pensado mudarse. Cuando les pregunto por qué, Lapiha se queda pensativo y responde: «Soy feliz en Chernóbil».

Esto hay en Chernóbil

Dentro de su casita de ladrillos me siento cómoda. Las personas como ellos han ocupado y reparado las casas abandonadas con el paso de los años. Hay mucho donde elegir. La localidad de Chernóbil albergaba 14 mil habitantes. En el salón, tienen plantas junto a la ventana, algunos sofás cómodos y una televisión, y un acuario lleno de peces. En el jardín, tienen abejas y cuidan de cuatro perros, todos rescatados de la zona de exclusión. Como Elena estudió la fauna como científica en el Centro de Ecología de Chernóbil, sabía lo contaminados que podían estar. 

Poca gente vive en la zona de exclusión a tiempo completo. Aquellos que ignoraron la orden de evacuación y volvieron a sus pueblos natales tras el accidente tienen ya más de 70 u 80 años, y muchos han fallecido en los últimos cinco años.

Los que quedan obtienen alimentos de sus huertos y del bosque circundante, como las grandes y abundantes setas que absorben muy bien el cesio-137, que emite radiación beta y gamma. Algunos residentes asan las setas en hornos de leña. Los árboles que queman como combustible también pueden ser radiactivos, así que el humo causa nuevas y pequeñas lluvias radiactivas en las inmediaciones. 

Aquí, la radiación es una compañera constante. En los lugares habitados, los niveles de fondo suelen ser bajos. En otros, son peligrosamente altos. Pero sin un dosímetro ni un contador Geiger, que muchas personas no tienen —y a veces no quieren— medirlos es imposible.

¿Quién queda en la zona?

De las aproximadamente 7 mil personas que entran y salen de la zona para trabajar, más de 4 mil tienen turnos de 15 días al mes o cuatro días a la semana, unos horarios diseñados para minimizar la exposición a la radiación ionizante. Hay guardias de seguridad, bomberos, científicos y personas que mantienen las infraestructuras de esta comunidad única. Como Chernóbil es su hogar a tiempo parcial y no su residencia permanente, ocupan algunas de las habitaciones y apartamentos evacuados en 1986. Por las noches, la vida es silenciosa. Algunas personas leen o ven películas. Cuando hace calor, a veces incumplen las normas de seguridad y van a nadar al río.

El resto del personal llega en tren cada día para trabajar en la central nuclear. Aunque la central ya no produce electricidad, el desmantelamiento de los tres reactores restantes no se completará hasta 2065, y existe una división entera del Instituto de Problemas de Seguridad de Centrales Nucleares dedicada a la contención del reactor 4. En 2016, se construyó una nueva unidad de contención que parece una enorme barraca Quonset, que debería durar cien años, aunque los materiales de su interior serán radiactivos durante milenios.

Zona de exclusión

La zona de exclusión es menos radiactiva hoy que en el pasado, pero Chernóbil puede cambiar el tiempo. Treinta y cinco años es mucho para un ser humano y es importante para materiales como el cesio-137 y el estroncio-90, con semividas de unos 30 años. Pero no supone casi nada para los materiales radiactivos que tardarán milenios en desintegrarse. 

También hay nuevos peligros, como incendios forestales que queman árboles radiactivos y pueden crear nuevas zonas peligrosas.

Según Bruno Chareyron, director del laboratorio de la Comisión para la Investigación Independiente y la Información sobre Radiación, actualmente la humanidad carece de soluciones técnicas y medios financieros para gestionar un desastre como este. En resumen, aunque miles de personas sigan trabajando en el lugar a diario, «la catástrofe nuclear de Chernóbil no es gestionable en absoluto».

Esto hacen cada año

Durante su jubilación, Sergei Lapiha se ofrece voluntario para mantener la iglesia ortodoxa local. Sus paredes exteriores son nítidas y blancas, con arcos de color azul y dos cúpulas doradas en el techo. Comparada con los edificios abandonados y los escombros que la rodean, la iglesia parece nueva.

Antes de la reunión anual en el ángel de acero, se celebra una misa la noche del 25 de abril. Tras ella, los participantes salen y tocan la campana de la memoria, que cuelga de su propio arco en la esquina del patio de la iglesia. La tocan una vez por cada año transcurrido desde el accidente.

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