La 4T se queda sola en América Latina: ¿qué significa esto para México?

En los próximos días presenciaremos un dilema internacional con implicaciones directas para México, uno que obligará al gobierno de la presidenta Claudia Sheinbaum a recalcular su política exterior, pues la 4T está a punto de quedarse muy sola en América Latina. Conviene desmenuzar lo que viene, porque lo internacional, esta vez, roza lo local con una fuerza innegable.

El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, afirmó esta semana que los días de Nicolás Maduro como presidente de Venezuela están contados, una amenaza que no puede tomarse a la ligera en un momento en el que Washington está interviniendo abiertamente en el continente y respaldando a fuerzas de centro y derecha para que accedan al poder. La razón es la de siempre: la superpotencia busca reafirmar su supuesto derecho a ordenar el tablero político y económico de Alaska a la Patagonia, como lo ha hecho históricamente.

Habrá quien considere exagerada esta lectura, aunque los hechos apuntan en otra dirección. No es casual lo ocurrido en Argentina, Bolivia, Perú y Honduras, países que han girado de la izquierda hacia la derecha desde el retorno de Trump a la Casa Blanca. Este fin de semana Chile celebrará elecciones y, si las tendencias se confirman, expulsará también a la izquierda del poder.

Gabriel Boric se sumará así a la oleada que ha desplazado a liderazgos como los Kirchner, Evo Morales, Rafael Correa, Pedro Castillo y otros perfiles populistas que han ido perdiendo terreno ante políticos o empresarios de derecha o ultraderecha, muy alineados con la visión trumpista. Ahí están sus tres aliados visibles: Daniel Noboa en Ecuador, Nayib Bukele en El Salvador y Javier Milei en Argentina, ejemplos de una recomposición regional que avanza sin pausa.

La calificadora Fitch anticipa que, para 2026, incluso Brasil y Colombia —los dos grandes bastiones progresistas restantes— podrían pasar a gobiernos de derecha. Si ese pronóstico se confirma, México y Venezuela quedarían como los últimos países de peso gobernados por fuerzas de izquierda en América Latina, lo que reconfiguraría por completo las alianzas y los márgenes diplomáticos de la región.

Ese contexto nos devuelve al punto de partida: casi todas las piezas están ya acomodadas para qué Maduro sea removido del poder. Ayer marines estadounidenses interceptaron un buque petrolero venezolano y, durante la semana, cazabombarderos norteamericanos sobrevolaron el territorio mal gobernado por el impresentable mandatario. A ello se suma que su principal opositora, María Corina Machado, ya está fuera de peligro, se encuentra en el extranjero y acaba de recibir el Premio Nobel de la Paz, un espaldarazo inequívoco de Occidente para convertirla en la próxima presidenta de Venezuela.

Cuando el momento llegue, cuando la presión termine por derrumbar al régimen y Maduro sea depuesto o huya al extranjero —y todo indica que ese desenlace es inevitable—, México tendrá que definir qué postura adoptará, sobre todo después de haber evitado condenar el fraude electoral con el que el líder venezolano se mantuvo en el poder.

A la espera de lo que ocurra en Brasil y Colombia, ya no parece imposible que México termine como el último gran país de izquierda en el continente. Sería, de concretarse, un aislamiento político que exigirá revisitar prioridades diplomáticas.