Se llama Irma
- ¡Ahí les voy!
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Leonardo Schwebel
No es “esa persona” o “la maestra”, como se dijo con frialdad.
Irma tenía nombre, rostro, oficio, y como muchas mujeres mexicanas, tenía que multiplicarse para vivir. Era maestra rural jubilada. Pero como el ingreso no alcanza, también trabajó como taxista.
Y eso la marcó para morir.
Según la versión oficial, Irma murió de un infarto. Una explicación conveniente, casi burocrática. Pero según los testimonios, las imágenes y los indicios, Irma fue víctima de la extorsión, del miedo, del cobro de piso, de la violencia estructural que en este país ya no distingue entre criminales y autoridades.
Irma fue secuestrada. Apareció en un video rodeada de hombres armados. Su expresión lo decía todo: miedo, angustia, derrota. En un país normal, ese video habría encendido todas las alarmas. Se habría activado un protocolo inmediato de búsqueda, protección, rescate.
Pero no pasó nada.
Se dejó que las cosas pasaran.
Y cuando las cosas pasan así en México, suelen acabar con una vida.
Murió. Y entonces vino el doble asesinato: el de su memoria.
Ninguna autoridad la llamó por su nombre. Nadie pidió un minuto de silencio. No hubo esquela. No hubo mensaje de condena en la mañanera.
Irma no murió por causas naturales. Murió por causas nacionales.
Porque este país ha normalizado la presencia del crimen en todos los aspectos de la vida cotidiana. Ya no se trata solo de narcotráfico. Los criminales controlan los trabajos, los mercados, los taxis, los camiones, los tianguis, las rutas escolares. Controlan incluso el miedo.
Irma fue víctima de un país que ha cedido territorio, control y autoridad a los grupos armados. Pero también fue víctima de un gobierno que responde con evasivas, con clasificaciones técnicas, con indiferencia.
Es un escándalo aunque nos califiquen “de miserables”; y no, no nos gusta.
Vivimos en un país donde la violencia es tratada como un dato estadístico. Donde los muertos ya no tienen nombre. Donde los responsables son fantasmas. Donde la justicia es decorativa y la impunidad es estructural.
Se llama Irma. Y merece algo más que el silencio. Merece verdad. Merece justicia. Merece memoria.
Porque mientras no digamos su nombre, mientras no levantemos la voz, seguiremos permitiendo que la próxima Irma ya esté marcada para morir.
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