El país de los números felices
- ¡Ahí les voy!
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Leonardo Schwebel
Si las estadísticas fueran un espejo fiel de la realidad, México sería un paraíso. Las encuestas dicen que la gente está contenta con sus gobiernos. Los números aplauden. Las gráficas sonríen. Los porcentajes se inflan. Todo parece ir viento en popa.
Pero basta con asomarse a la calle para que ese espejismo se derrumbe.
¿Violencia? Imparable ¿Deuda? Creciendo ¿Inflación y gastos diarios? Asfixiantes ¿Libertades civiles? En retroceso. Y sin embargo, las encuestas —esas mismas que nadie sabe quién responde— insisten en que todo va bien. Nadie me ha preguntado nunca mi opinión sobre el país. Ni cuál es mi refresco favorito. Ni si me siento seguro. Ni si creo en las instituciones. Pero ahí están los numeritos, tan confiables como mágicos.
El problema no es sólo la desconexión entre los datos y la vida real. El verdadero riesgo es que nos gobiernan con base en esas cifras. Si las encuestas les sonríen, entonces no hay razón para cambiar. Y si no hay razón para cambiar, lo que nos espera es más de lo mismo:
Más leyes mordaza disfrazadas de reformas.
Más opacidad disfrazada de austeridad.
Más poder concentrado disfrazado de justicia.
La popularidad se ha convertido en el único termómetro del éxito político, aunque el país esté en llamas. Aunque desaparezcan organismos autónomos. Aunque el Poder Judicial se pervierta. Aunque la libertad de expresión esté cercada. Aunque la impunidad siga reinando.
Y ahí está el detalle: si todo “va bien”, entonces no hay motivo para exigir nada. La resignación se convierte en estrategia de gobierno.
Las estadísticas no están hechas para aplaudir, sino para corregir. Pero aquí, los numeritos solo sirven para justificar el desastre de una sociedad anestesiada.
Porque el verdadero terror no es la violencia en las calles, ni la corrupción impune, ni siquiera el desastre económico que se disfraza de estabilidad… el verdadero terror es que la mayoría lo acepte como normal. Que ya nadie se indigne, que nadie cuestione, que todos se acomoden en la mentira mientras el país se desmorona. Si la simulación es la nueva política de Estado, entonces estamos frente a una dictadura disfrazada de democracia, gobernada por la estadística, sostenida por la apatía y aplaudida por la ignorancia.
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