La Chabela, sus mariachis y el maldito 22 de abril
- Plaza Garibaldi
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Alejandro Sánchez
Yo acababa de hablar con la Chabela en una trastienda de Tláhuac, Ciudad de México. De ojos verdes y hermanastra de un mariachi de Analco —colonia tradicional de Guadalajara, pegada al sector Reforma, epicentro de las explosiones—, recibió la noticia de la tragedia. Aventó las cosas con la misma indiferencia con que, años después, supe que Pemex le robó la vida a la capital tapatía.
Mientras yo acomodaba cajas de refresco y frijoles refritos, el centro de Guadalajara estallaba en pedazos. Autos volando, familias enteras borradas del mapa. Ya no era momento de pensar en las pecas de la Chabela ni en abarrotes; las familias del sector Reforma y colonias aledañas pensaban en los cuerpos que nunca encontrarían.
Treinta y tres años después, la foto del gobernador Pablo Lemus —encorvado como un niño regañado ante una sobreviviente— me devuelve a la realidad: aquí nadie ha pagado. Ni Pemex, que sigue negando su gasolina en el drenaje. Ni el Poder Ejecutivo, que perdió los archivos como quien tira basura. Ni la justicia, que dejó morir a don Charly Ramos sin devolverle siquiera las fotos de sus siete muertos.
El fideicomiso para víctimas se agota en 2025, pero el dolor no tiene fecha de caducidad. Una capilla se aferra a la memoria como un fantasma; en los tribunales, las cajas de expedientes acumulan polvo y promesas incumplidas.
Aquel abril, el Papa habló del pecado. Yo solo recuerdo el olor a cartón y lo que imaginé como la desgracia de la Chabela ojiverde.
Treinta años y seis gobiernos después, el FIASS —ese pacto de papel entre víctimas y el Estado— sigue dependiendo de compromisos que se anuncian con bombo y se cumplen con plomo.
El gobernador Pablo Lemus lo dice muy claro: "Duplicamos los recursos municipales" (de 2 a 4 millones anuales) y "elevamos a reglamento" el apoyo. Suena a hazaña… hasta que se lee la letra chiquita: 52 sobrevivientes dividen esos fondos que, de acuerdo con cálculos oficiales, se agotarán en 2025.
Y aunque hoy se promete "integrar la aportación al Presupuesto de Egresos" (con ajuste inflacionario), la pregunta flota en el aire: ¿por qué esperar 33 años para blindar lo que debió ser ley desde el primer día?
Mientras, en el Hospital General de Occidente, las víctimas siguen haciendo fila con recetas en la mano. Las “mesas de trabajo” se multiplican, pero el dolor no se divide.
La reportera Daniela Nuño trajo a Multimedios la historia de Enrique Sahagún, de 80 años, quien conserva un testimonio tangible de aquella tragedia: el número especial de la revista Alarma que documentó el horror.
“Aquí están los gritos, el miedo, las pérdidas”, le dice el don, y con manos temblorosas hojea las páginas desgastadas de la revista frente a las cámaras de Telediario.
“Es un espejo de lo que pasó”, dice. Las imágenes —ásperas, brutales— muestran edificios reducidos a escombros, rostros desencajados. "La guardo para que nadie lo olvide".
Su voz se vulnera al recordar la negligencia que precedió al desastre: la gente es sabia, la gente sabe, y por eso advirtió: “Huele a gasolina”. Pero no hicieron caso… y luego vino la explosión.
“No nos dejaron ayudar”.
Aquel día, don Enrique estaba en Madero y 16 de Septiembre, a pocas cuadras del epicentro. “Como a las nueve de la mañana, ya no nos dejaron acercar”. Lo que más le duele, confiesa, es no haber podido auxiliar a los afectados: “Era una tragedia… ya no podías ver los daños”.
Aunque en su casa colecciona revistas de reliquia, don Enrique sabe que ese ejemplar de Alarma es más que un recuerdo: es un documento histórico. Mientras tanto, sigue recorriendo las calles de Chapultepec con la revista en su mochila, como un custodio involuntario de la memoria.
La Chabela nunca volvió a ser la misma rubia de ojos alegres. Se quedó sin mariachis. Qué curioso: tres décadas después, una revista sensacionalista preserva la historia.

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