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El desierto electoral de Jalisco

México /


MAURICIO LEDESMA
MAURICIO LEDESMA


La elección judicial en Jalisco no solo fue desfavorable para Morena. Fue una desgracia. En una jornada marcada por el desencanto, la confusión y la desinformación, el partido que gobierna el país se llevó un revés histórico en uno de los estados clave. Con el 80 por ciento de las actas computadas, Jalisco ocupaba el deshonroso segundo lugar nacional en abstencionismo, con apenas 7.07 por ciento de participación, solo detrás de Guanajuato con 6.5 por ciento.

Dos estados históricamente renuentes al color guinda. Dos oasis de resistencia frente a la marea de 2018 que, pese al tsunami de votos que recibió Claudia Sheinbaum en 2024, se mantuvieron firmes. Esta vez, sin embargo, el mensaje no fue solo para Morena, sino para todo el sistema: el pueblo no fue. No quiso. O no pudo.

Los números son brutales: solo dos de cada 30 jaliscienses acudieron a votar. Aún queda por conocer cuántos de esos votos fueron nulos o en blanco. Un dato preliminar a escala nacional indica que uno de cada cinco fue así. Si el 1 de junio se escribió una página en la historia electoral, fue una escrita con tinta invisible: la del silencio.

La jornada fue un collage de simulación, apatía y falta de pedagogía democrática. No hubo campañas. No hubo información. No hubo condiciones mínimas para una decisión consciente. Las boletas eran listados infinitos de nombres ignorados. Para votar había que empaparse de conceptos como “circuito judicial” o “Consejo de la Judicatura”. Aun con doctorado, costaba entender qué se estaba eligiendo. Hasta los ciudadanos más informados tuvieron que hacer grupos de estudio improvisados. Los menos, simplemente se abstuvieron.

Por eso el fracaso no solo fue de Morena, sino del modelo mismo. Se presentó como un avance democrático, pero fue una simulación mal ejecutada. Hubo incluso candidatos únicos en algunos cargos. ¿Qué sentido tiene votar si el desenlace está escrito desde la boleta?

Morena, además, se disparó en el pie. En sus municipios emblema, como Tonalá y Tlaquepaque, la participación fue bajísima: 6.6 y 7.8 por ciento respectivamente. Muy por debajo del promedio estatal. En cambio, municipios gobernados por Movimiento Ciudadano, como Guadalajara, rebasaron el 9 por ciento sin mover un dedo. La ironía es dolorosa: al guinda le fue peor esforzándose más.

La maquinaria de Morena, acostumbrada a movilizar con disciplina de ejército, ni se encendió. Claudia Delgadillo, ex candidata al gobierno estatal, y Salvador Caro, su operador reciclado de MC, fracasaron. No movieron ni a los suyos. Lo que debió ser su prueba de fuerza fue un desierto de urnas.

En medio de ese páramo, Chema Martínez, líder estatal de Morena, se atrevió a declarar: “Pese al 13 por ciento de participación promedio a nivel nacional, creo que sí podemos presumir que fue todo un éxito”. Una frase tan desconectada como la elección misma.

No es que la ciudadanía se negara a votar. Es que el proceso fue un laberinto. Mal diseñado, mal comunicado, mal ejecutado. La información circuló entre capturas de pantalla, listas en grupos de WhatsApp y recomendaciones de último minuto. Para muchas personas, improvisar frente a ese caos era más irresponsable que no votar.

Sin embargo, algo quedó claro. Por primera vez —o casi— derecha e izquierda coincidieron en el diagnóstico: el sistema judicial mexicano está podrido. Pero si esta elección pretendía ser parte de la cura, solo evidenció la enfermedad. No fue solución ni comienzo. Fue ensayo fallido.

Morena no entendió el momento. Creyó que su mera presencia bastaba para legitimar un proceso que exigía claridad, formación ciudadana, acompañamiento. No ofreció nada de eso. Solo nombres, papeles y soberbia. Y el pueblo, el mismo que lo encumbró en otras elecciones, esta vez dijo: no gracias.

Eso, para un partido como Morena, no es una derrota cualquiera. Es una pérdida de propósito. De relato. De conexión.

El eco de las urnas vacías va a retumbar hasta 2027.

Lo más doloroso es que no fue una caída provocada por el enemigo. Fue autoinfligida. Cada omisión, cada negligencia, cada intento de disfrazar el fracaso con eufemismos la fue construyendo. Se puede perder por exceso de combate, pero también por exceso de complacencia. Morena eligió lo segundo.

Mientras en otros países celebran esta elección judicial como un experimento pionero, en México el experimento se colapsó sin siquiera prender los motores. Innovamos, sí. Pero sin mapa, sin brújula y sin piloto.

Ni el discurso oficial logró rescatar algo. Las frases hechas y las sonrisas impostadas se estrellaron contra el muro de la estadística. No hay retórica que aguante un 7 por ciento de participación. No hay “transformación” que sobreviva a tanto desinterés.

La lección es simple: la participación no se impone. Se construye. Morena, el partido que se autoproclamó arquitecto de una nueva democracia, no colocó ni un ladrillo esta vez. Más bien se atrincheró en su arrogancia.

Cuando el impulso de cambio se sustituye por la inercia, el pueblo —ese que alguna vez creyó— deja de caminar contigo. Y se aleja en silencio.


Alejandro Sánchez
  • Alejandro Sánchez
  • Cuenta historias que duelen y transforman desde hace 28 años. -Premio Alemán de Periodismo Walter Reuter | Finalista del Premio Gabo (FNPI Colombia). -Director Editorial de Multimedios Jalisco| Columnista y conductor en radio/TV. Pluma y cámara en zonas de conflicto: - Guionista de "La Ley del Monte" y "Voces de Guerrero" (documentales sobre la guerra no declarada en Michoacán y Guerrero). - Autor de "Las Mieles del Poder" (Random House): retrato íntimo de la política mexicana. - "19 edificios como 19 heridas": crónica visceral del ¿por qué el sismo nos pegó tan fuerte? Colaboraciones: Medios nacionales e internacionales. Objetivo: Periodismo que escarba donde otros solo rascan.
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