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Israel Vallarta se metió conmigo al acechar a judíos: Eduardo Margolis

“El Gólem” dice que Israel Vallarta estaba acechando a la comunidad judía. “Ni García Luna ni Cárdenas Palomino son mis amigos.

Óscar Balderas Ciudad de México /

En el ambiente policíaco y criminal, pronunciar su nombre hace estremecer desde procuradores hasta jefes de secuestradores. De él dicen que es un alto agente en el Mossad infiltrado en México, que lidera un grupo de élite dedicado a desaparecer delincuentes, que es capaz de resolver con rudeza hasta los casos más complicados.

La mitad es mentira y la otra mitad, leyenda. Quienes lo admiran le llaman por su nombre —Eduardo Margolis— pero quienes le temen se refieren a él por su sobrenombre: “El Gólem”.

En un hecho inusual, Margolis, “El Gólem”, recibe en sus oficinas de Polanco a MILENIO para hablar sobre su vida. No recuerda cuándo fue la última vez que dio una entrevista a un periodista, si descuenta su participación en la nueva serie de Netflix “El caso Cassez Vallarta: Una novela criminal”, en donde ofrece su versión del caso Los Zodiaco sin mostrar su rostro.


Detrás de su escritorio, de espaldas a sus medallas de natación y guantes de box, el empresario judío de 68 años me escucha pacientemente repetir la historia que se cuenta sobre él: que gracias a sus millonarios negocios de belleza y autos blindados se convirtió en aliado de altos ejecutivos de Televisa y del ex secretario de Seguridad Pública federal Genaro García Luna, con quienes fraguó una venganza contra su ex socio Sebastien Cassez por la negativa de devolverle unos costosos vehículos tras una ruptura comercial en un negocio del cuidado de la piel.

Cortesía

La venganza sería ir tras la familia de Sebastien: contra su hermana Florence y su cuñado Israel Vallarta, acusarlos a ambos de secuestro y asegurarles una larga estancia en prisión tras obtener sus confesiones a través de tortura.

“Es falso, completamente”, ataja Margolis en su oficina, cuya voz ronca no necesita subir de tono para ser contundente. “¿Tú crees que alguien como yo va a perder el tiempo con gente como esa?”

Pero sus biografías han quedado entrelazadas en la pantalla chica, tal vez para siempre. En el último episodio de la docuserie, Margolis y Cassez conversan por teléfono: él le asegura que no tenía nada contra ella, sino contra su entonces pareja sentimental Israel Vallarta, acusado de integrar una peligrosa banda de secuestradores conocidos como Los Zodiaco y quien, según “El Gólem”, tenía en la mira a miembros de la comunidad judía.

“¿Cómo crees que voy a permitir que usen mi nombre para golpearte? Tú y yo somos hombres blancos, Florence… Los delincuentes son Israel y los policías (...) ¿Y qué hacen Genaro (García Luna) y Luis (Cárdenas Palomino)? Yo creo, deciden hacer una campaña de publicidad. ¿Y cómo haces una campaña de publicidad? Pues con una novela. ¿Y cuál es la novela? Pues Israel Vallarta y la francesa…”, se ve y escucha en la serie.

Cortesía

Ahora, en persona, Margolis insiste sin parpadear mientras firma documentos y revisa pedidos de una de sus millonarias empresas: “Esto de que yo chingué a Vallarta y a la francesa por unas camionetas es una mentira. Que quede clarísimo: eso lo inventaron para evadir sus responsabilidades.

“Ni García Luna ni Cárdenas Palomino son mis amigos. Los conozco, pero hasta ahí”.


"El Gólem"


Margolis ganó su sobrenombre porque amigos y enemigos dicen que él personifica el mito hebreo de un guerrero de barro, fuerte e irreflexivo, que defiende a los guetos judíos de los ataques antisemitas… incluso asesinando a sus enemigos. Durante años operó en las sombras como el jefe de seguridad de la comunidad judía, un secreto celosamente guardado por años hasta que el caso Florence Cassez lo puso en la mira de la opinión pública.

“Acepto que me entrevistes porque quiero dejar muy claro un mensaje: el que se mete con la comunidad judía, se mete conmigo”, dice Margolis, un hombre esquivo a las cámaras y a la vida pública. La pared de su oficina está repleta de diplomas y reconocimientos de gobiernos extranjeros, el de México y organizaciones civiles, pero no hay ni una foto con un político. Así, dice, logra permanecer en el anonimato tanto como se pueda.

“Valeria (una de las denunciantes del caso) reconoce a Israel Vallarta a través de un espejo como su cuidador y reconoce la casa de Xochimilco donde estuvo secuestrada. En el rancho ‘Las Chinitas’ se encontró un cassette de música judaica que traía en su coche cuando lo levantaron, además de que le encontraron una carta escrita de instrucciones de su rutina en el secuestro”, continúa.

Y a quienes secuestran, dice Margolis, él se los chinga, pero porque esa es su tarea como “El Gólem” y no lo hace por pleitos personales.

“Quien me conoce sabe que lo que voy a decir es cierto: yo jamás pido un favor para mí. No lo necesito. Yo pido favores para otros, para mi comunidad, pero nunca para mí”, dice para desmentir a quienes señalan que usó sus conexiones con los “superpolicías” de Felipe Calderón —hoy presos o prófugos— para dar un escarmiento a la pareja Cassez-Vallarta.


Trampa contra los nazis


Su misión lleva muchos años. Al menos, desde la década de lo 80, cuando al volver a México desde Israel se instaló en Guadalajara para simular la fundación de un partido político nazi y clandestino aprovechando la efervesencia de una ultraderecha en Jalisco que se asumía antisemita.

“Puse un local y a todos los que entraban los saludaba con un ‘¡Heil, Hitler!’”, suelta y tira una carcajada, la única durante nuestra conversación. “Y solitos se registraban. Me daban sus nombres, direcciones, teléfonos. Todo. Como 800 antisemitas. Los desmantelamos a todos”.

Así inició su leyenda como “El Gólem”, que se consolidó una década después cuando se mudó a la Ciudad de México y su esposa fue víctima de secuestro. Las autoridades locales de ese entonces eran demasiado corruptas o incompetentes para asegurar que ella volvería a casa, así que Margolis usó las técnicas de espionaje y vigilancia que aprendió en la tierra de sus padres. Y funcionó. Esa banda hoy está “borrada” del mapa criminal.

“Les rompí la madre y mi esposa está conmigo”, presume. Y así empezó a asesorar a más familias judías acosadas por las bandas de secuestradores de fin de siglo XX. Empezó a resolver más secuestros y luego extorsiones que llegaban hasta amenazas de muerte. Su fama le precedía: en muchos casos, los criminales misteriosamente desaparecieron o fueron entregados a las autoridades con la advertencia de que, si los soltaban, las consecuencias las pagarían los procuradores.


Muerto cuatro veces


Su biografía alcanza dimensiones de leyenda en su comunidad: “El Gólem” perdió a su padre a los 14 años y pese a la ausencia de esa figura paterna logró amasar una fortuna que nadie sabe calcular. Él y su equipo han participado en la resolución silenciosa de más de 400 secuestros, algunos de los casos de más alto perfil del país. Lo han querido asesinar más de 11 veces, pero siempre sale ileso, aunque se mueve sin guardaespaldas. Ha sido desahuciado en cuatro ocasiones, pero ni la muerte sabe dónde encontrarlo para vencerlo.

“Leucemia, trasplante de médula, de riñón, quimioterapias —todas las que te imagines—, intubado, en coma con un respirador. Ya perdí la cuenta de las veces que los médicos me dijeron que me iba a morir, pero aquí sigo porque tengo cuentas pendientes. Nadie se explica que yo siga vivo, pero yo sí: aún tengo mucho qué hacer”, dice Margolis, mientras da hondas bocanadas a sus cigarros Marlboro blancos, seguramente contra las indicaciones de sus médicos en Houston.

Durante nuestra conversación su celular no para de sonar. Tampoco dejan de llegar correos a su bandeja de entrada. Hasta los más adinerados de su comunidad lo buscan para todo tipo de consejos, pero Margolis insiste en que no hace gestiones de cobranza, ni tramita permisos o anula órdenes de aprehensión. “El Gólem” sólo interviene para salvar una vida y corta con rapidez cualquier llamada que no valga su tiempo.

Cortesía

Margolis —alto, robusto, con el cuerpo de un boxeador retirado de peso crucero y una nuca salpicada de pecas que se asoman debajo de su gorro de pescador— da por terminada la entrevista. Tiene demasiados asuntos que atender esta tarde. Antes de que me despida de su oficina, le pido una fotografía, que concede sólo de espalda.

“Aquí, mira, aquí tómala”, ordena —Margolis nunca pide, sino comanda— y acomoda una figura de acción con un estuche de madera y cristal que cree que lo representa y puede explicar mejor su controversial figura para quienes no pertenecen a la comunidad judía: posa junto a un Batman, el antihéroe enmascarado que lucha contra el crimen con métodos cuestionables que lo hacen necesario e indeseable hasta para los políticos de Ciudad Gótica.

El “Gólem” vuelve a su oficina y dos objetos sobresalen entre los documentos colocados en su escritorio. Del lado derecho, tres casquillos de municiones de alto poder y, del lado izquierdo, un frasco con donas de chocolate. Esa contradicción dentro de su empresa de autos de lujo blindados coincide con su biografía. Duro y peligroso para unos; dulce y querido para otros.



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