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Las hermanas Millet: noche de disco y de sangre (primera parte)

Este caso de violación de dos jóvenes y el homicidio de una de ellas, causó la conmoción de la ciudadanía.

Editorial Telediario Nacional /

MONTERREY.- Violar y matar son actos imperdonables. Nada justifica al hombre que valiéndose de su fuerza y maldad avasalla a una mujer.

Ni siquiera el alcohol o alguna droga ingerida por el criminal puede librarlo de su responsabilidad.

La violación siempre va acompañada con la violencia. Son hechos de agresión que están relacionados con la voluntad de ganar, de subyugar a la víctima.

Aunque en la actualidad Monterrey es la ciudad donde más feminicidios se cometen, bien podríamos decir que hace 42 años cuando un crimen de esta índole se cometía, la sociedad se estremecía. Era noticia que inquietaba.

Fue el caso la violación de dos bellas jovencitas y el homicidio de una de ellas. Se trataba de las hermanas Elda y Laura Millet Medina.

Oriundas de Yucatán, habían llegado a la ciudad en 1975 con la intención de estudiar en el prestigiado Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey (Itesm).

Sus padres que eran pudientes, las instalaron en un bonito departamento y las dotaron de todo lo necesario para vivir y estudiar con comodidad, incluso para divertirse.   

Por su simpatía y cordialidad fueron bien recibidas por los demás estudiantes. A todos les gustaba platicar con ellas por su denotado acento yucateco.

Elda tenía 18 años y Laura 19. Siempre tenía la sonrisa a flor de labio. Cuando se trataba de estudiar, lo hacían con entusiasmo. Siempre participaban. Eran buenas estudiantes. 

En diciembre de 1975 se fueron a su ciudad natal para disfrutar con su familia de las fiestas navideñas. Sus padres, al igual que ellas, estaban felices.

A su regreso, con el ímpetu propio de su juventud, las hermanas Millet retomaron sus rutinas tanto en los estudios como en su vida privada. Todo era alegría.

En ciertas ocasiones los fines de semana se reunían en la casa de algún compañero para disfrutar de una carne asada, charlas y escuchar música.  

El viernes 30 de enero de 1976, varios compañeros, entre ellos las hermanas Millet, se pusieron de acuerdo para ir a la disco de moda Sargent Pepper, ubicada en San Pedro. 

Dispuesto a pasarla bien, el pequeño grupo de amigos entró a la disco. La música, los reflectores y el juego de luces los motivaron para divertirse en grande.

Pidieron sus bebidas y al ritmo de la música bailaban, brindaban y cantaban. Por la cantidad de muchachos, el grupo se fue dispersando entre el fosforescente salón.

 

Todos  encontraron con quién platicar y bailar. Elda y Laura Millet apenas sí escucharon la voz de un hombre que las invitaba a su mesa, que se encontraba en un apartado espacio.

Sin desconfiar, se abrieron paso y aceptaron la invitación. Se presentaron. Él dijo llamarse Édgar. Más confianza les dio cuando dijo que era egresado del Tec.

Édgar, aunque ya no era tan joven, tenía buena apariencia: varonil, amable y muy conversador y pronto se ganó la simpatía de las hermanas Millet.

Prendidas por la alegría, durante largo rato los recientes amigos bailaban, charlaban  y bebían. Cerca de la medianoche, sus compañeros les dijeron que ya era hora de irse. Para la época, en Monterrey la gente se desvelaba menos.

Más tarde, Édgar se ofreció a llevarlas. Ellas aceptaron. Creían que era buena persona.

Volvieron a brindar por su encuentro. Poco después Laura y Elda le pidieron a su reciente amigo que las llevara a su casa.

Salieron de la disco. Sin desconfiar subieron al auto. Laura un poco mareada se sentó al lado de Édgar y Elda en el asiento de atrás. Édgar puso un cassette de Bob Marley y los tres cantaron.

Minutos después Laura se quedó dormida. Fue entonces cuando Édgar le hizo una propuesta sexual a Elda. Molesta le reclamó, le dijo que era un pervertido. Édgar se carcajeó y más aceleró

Ante los gritos de Elda, Laura despertó y al ver que circulaban por una carretera oscura, también molesta le dijo que se dejara de tonterías, que las llevara a su departamento.

Las hermanas al notar que Édgar se había convertido en un sujeto agresivo y grosero, asustadas empezaron a gritar. Nadie las escuchaba. Aún más furioso manejó hasta una brecha oscura cerca del aeropuerto.

Una vez que se detuvo, sacó de la guantera una pistola. Les apuntó y les dijo que se callaran o las mataría. Llorando y temblando de miedo le suplicaron piedad. Estaba enloquecido.

A Laura la obligó a bajar del auto; a Elda, a tirarse abajo del asiento trasero. La encerró en el vehículo.

Convertido en psicópata sujetó a Laura y con brutal violencia le desgarró sus ropas, la tiró sobre la tierra, la mordió y violó. Laura lloraba, gritaba y le suplicaba piedad.

Una vez que sació sus perversos instintos, la miró con desprecio. Laura lo maldijo. Édgar convertido en un maniático la asesinó de tres tiros en la cara.

Elda al escuchar las detonaciones, presa de terror gritó. En ese momento Édgar abrió su auto y a jalones la sacó. Desgarró sus ropas hasta dejarla desnuda y con demencia la ultrajó.

Mientras Elda gritaba y gemía sobre la tierra, Édgar le disparó a la cabeza. Jaló de nueva cuenta el gatillo. Ya no traía balas. Como si recobrara la conciencia subió a su auto y huyó.

Por la oscuridad, el violador y asesino no se dio cuenta que el balazo que le disparó a Elba solo le había rozado la cabeza. Su segunda víctima estaba viva.

Elda se revolvió entre la tierra. Se tocó la cara y parte de la cabeza. Le escurría sangre. La oscuridad no le permitía ver ni a corta distancia. Su hermana estaba a pocos metros muerta.

Como pudo se levantó. Estaba desnuda. Con desesperación llamó a su hermana Laura. No tuvo respuesta. Todo estaba oscuro.

Caminó unos pasos y tropezó. Su desesperación fue mayor. Quería pensar que era una pesadilla. Al verse de rodillas en el fango comprendió que todo era una horrible realidad.

CONTINUARÁ... 

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