A un año del cierre del Penal de Topo Chico; un capítulo obscuro en la historia de NL

MONTERREY.- Este cerrojazo significó el final, definitivo y para siempre, de uno los sitios más lúgubres y sombríos en la historia de Nuevo León.

Hace exactamente un año el penal del Topo Chico dejó de operar, y con ello se convirtieron en leyenda todas las historias macabras, de muerte, destrucción e impunidad, que durante 76 años se escribieron entre sus muros, pasillos y bartolinas.

Siempre presionado por la sobrepoblación, el reclusorio llegó a alojar a más de 6 mil 500 internos, casi el doble de su capacidad, entre homicidas, secuestradores y, en últimos años, a miembros del crimen organizado.

En 1980, durante un sangriento motín, una turba de peligrosos delincuentes asesinó al entonces director, Capitán Alfonso Domene Flormillán.

En febrero de 2016, 49 reos fueron masacrados, como parte de la disputa por el control y autogobierno, entablada por bandos delincuenciales.

Esos fueron tan sólo dos de los episodios tétricos que allí se vivieron.

A un año del cierre, aún se realizan trabajos de demolición, para la posterior construcción del Gran Parque Libertad, cuya culminación se ha aplazado debido a la crisis generada por la pandemia.

¿Qué aspectos positivos quedan tras el fin del penal del Topo Chico?

Sin embargo, y a pesar de lo que pudiera esperarse, el cierre y demolición del Topo Chico trajo algunos problemas para los vecinos de las colonias Aztlán y Valle Morelos.

Pareciera que, con la demolición de celdas y ambulatorios, entre los escombros se diluyen las historias de terror, injusticia e impunidad, que a lo largo de casi ocho décadas se escribieron en el viejo reclusorio.

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