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Crimen de familia sigue impune... inocentes pasaron 8 años presos (segunda parte)

A 26 años del triple homicidio, los verdaderos responsables del crimen de la familia Aguillón Martínez siguen libres.

Editorial Telediario Nacional /

MONTERREY.- Durante varios días, el crimen de la familia Aguillón Martínez fue nota de primera plana. La sociedad, la Iglesia y hasta los políticos exigían la pronta aclaración.

 

El Diario de Monterrey (ahora MILENIO Monterrey), el Extra, Telediario en sus tres ediciones y las estaciones de radio de Multimedios ofrecían todos los días noticias sobre el curso de las investigaciones.

 

Presionado por la sociedad, el director de la Policía Judicial, Fernando Garza Guzmán, prometió la pronta captura de los criminales.

 

Interrogaron a compañeros taxistas de Alfredo Aguillón, a sus amigos, familiares y hasta clientes habituales, entre ellos varios travestis que realizaban shows en antros.  

 

De ahí surgió la sospecha de que algún homosexual pudiera ser el multiasesino. Según la declaración de otros taxistas, Alfredo tenía amistad con algunos de ellos.

 

A todos se les interrogó. Nada se les pudo comprobar. Ante el fracaso siguieron las líneas del robo y hasta la venganza pasional.

 

Ante los nulos resultados y la presión de la sociedad, elementos de la Policía Judicial detuvieron a un taquero, porque era muy amigo del taxista sacrificado.

 

Aunque fue motivo de severos interrogatorios y estuvo detenido durante varios días, el sospechoso, al igual que los otros, demostró pruebas de su inocencia. 

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Entre más eran las disculpas del jefe policiaco Fernando Garza Guzman, la presión de la sociedad fue mayor. Todos querían que se detuviera a los asesinos.

 

Los días se convirtieron en semanas y las semanas en meses. Todas las hipótesis que presentaban resultaban superficiales.

 

Durante casi seis meses, el multicrimen fue una de las principales noticias que la prensa, radio y televisión del grupo Multimedios diariamente ofrecía.

 

Por fin, luego de 156 días, el director de la Policía Judicial, ante el asombro de todos, presentó a los asesinos de la familia Aguillón. Estaban detenidos.

 

Eran los rotulistas José Luis Valdez Ochoa, de 28 años, y Arturo Meza Hernández, de 26. Los habían capturado luego de una ardua investigación.

 

Los homicidas, con cinismo, confesaron que eran los autores del horrendo crimen. El motivo que tuvieron fue el robo del taxi, una cadena de oro y 250 pesos.

 

Los criminales, visiblemente nerviosos, fueron obligados a levantar la cabeza, para que los reporteros los fotografiaran. La sociedad quería lincharlos. Pedía la pena de muerte.

 

Los maldijeron más cuando los medios informativos publicaron la cruda confesión de los asesinos. No les bastó matar a cuchilladas a los esposos, también se ensañaron con el bebé.

 

En el penal del Topo Chico tuvieron que protegerlos. Muchos reos querían matarlos... Comenzó el proceso. Todas las evidencias los hundían.

 

Ninguna autoridad quiso escuchar cuando la defensa de los asesinos "confesos" dijo que los inculpados eran inocentes, que los habían torturado para que se confesaran culpables.

 

El 15 de agosto de 1996, el magistrado de la Cuarta Sala de lo Penal sentenció a José Luis Valdez y a Arturo Meza a 40 años de prisión.

 

La familia de las víctimas y la sociedad en general exigían más castigo. Tuvieron que aceptar la pena impuesta por las autoridades. El caso estaba cerrado.

 

Sin embargo, por la magnitud del triple homicidio, para toda la sociedad era imposible olvidar el cruel suceso. El odio hacia los culpables seguía latente.

 

No obstante, en el penal del Topo Chico los dos reos insistían en su inocencia. Su defensor, a pesar de que todo estaba perdido, creía que sus defendidos eran realmente inocentes.

 

Aunque no podía demostrarlo, no se dio por  vencido. Los reos, que para todo el mundo eran los verdaderos asesinos de la familia Aguillón Martínez, no perdieron la fe.

 

Por más pruebas que el defensor presentaba, ninguna autoridad quiso escucharlo. No se amedrentó. Siguieron reuniendo pruebas a favor de los inculpados.

 

Por fin, luego de ocho años y de constante lucha, el abogado Alfonso Verde Cuenca logró que sus pruebas fueran analizadas de nueva cuenta.

 

Tras una minuciosa investigación interna en el caso del triple crimen, el juez Sergio Alanís Medina reconoció que todas las pruebas que presentó el Ministerio Público estaban manipuladas.

 

El cuchillo que tenía como prueba no era la única arma que los asesinos habían utilizado. La cadena, que se dijo le habían robado a una de las víctimas, no les pertenecía a ellos.

 

También se comprobó que habían sido torturados por los judiciales para que se declararan culpables, incluso les habían sembrado armas, así como la cadena, el cuchillo y otras cosas.

 

Ante las claras evidencias, el juez primero de lo penal, Sergio Alanís, ante el asombro de todos, les otorgó la libertad a José Luis Valdez Ochoa y a Arturo Meza Hernández.

 

La nueva resolución, que había sido determinante, los absolvió y liberó de toda culpa al comprobarse que la acusaciones contra ellos habían sido arbitrarias.

 

El juez Alanís Medina, al ser hostigado por creer que había favorecido a los ahora liberados, demostró con pruebas la inocencia de los acusados.

 

Al comprobarse que los acusados habían sido torturados y obligados a confesar que ellos eran los asesinos, la sociedad, la Iglesia y hasta las autoridades reprobaron esa infamia.

 

Habían convertido a dos inocentes en aberrantes asesinos. Su libertad no era suficiente, merecían no solo una disculpa pública, sino también una indemnización.

 

Las autoridades nuevamente callaron. Lo más lamentable fue que el horrendo crimen de la familia Aguillón quedó impune... y continuará impune.

 

A 26 años del triple homicidio, los verdaderos asesinos siguen libres y así seguirán: al transcurrir 10 años de un homicidio, el delito prescribe y ya no puede perseguirse ni juzgarse a sus autores. La justicia es ciega... y también se equivoca.

 

 

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